El mandala (en sánscrito, “círculo”) es un conjunto de figuras complejas donde, a través de una representación del universo espiritual, se pretende generar la unión de los opuestos (luz y oscuridad, vida y muerte, lleno y vacío), así como un camino espiritual de elevación que integra al Universo en un Todo de manera circular, concéntrica.
Chevalier, en su Diccionario de símbolos, menciona que “El mandala, por la magia de sus símbolos, es a la vez la imagen y el motor de la ascensión espiritual, que procede por una interiorización más y más activada de la vida y una concentración progresiva de lo múltiple en lo Uno.”
Es una imagen sintética que genera movimiento y que, dentro de la tradición tibetana, manifiesta los planos material y espiritual, al tiempo que integra lo cósmico, lo antropológico y lo divino.
El mandala muestra que, si hay un centro con basamento firme, se puede construir en cualquier dirección y sin posibilidades de que movimientos externos, por más fuertes que sean, nos desestabilicen.
Al trabajar con mandalas, busco recuperar los valores primordiales, descubrir, tanto a través de la pintura de estas figuras, como de las fotografías de formas mandálicas encontradas en la naturaleza, los paralelismos entre éstas, el ser humano y la sociedad.
Así, se va creando un ritmo entre lo subjetivo y lo objetivo, entre lo creado por el hombre y lo creado por Dios, entre lo creado y lo captado, lo presente y lo ausente, lo espiritual y lo material.
De esta manera, se recupera el tiempo circular, sagrado, en contrapunto con el tiempo lineal, productivo, donde se desvaloriza al ser humano.
Andrea Feldman Teich
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